*Descargar Aquí
LA NOCHE NO ES SIMPLEMENTE OSCURA... NI SILENCIOSA
El día ha llegado siempre después. En el origen fue la noche… ahí comienza todo.
Los paisajes diurnos suelen disponerse para el trabajo desinteresado de una mirada que, en tranquila contemplación, recorre superficies, ensaya formas y articula azarosas pero logradas composiciones, acariciando texturas y, especialmente, experimentando el ensanchamiento de la subjetividad ante un vasto horizonte. El paisaje nocturno, en cambio, comparece como una inagotable profundidad, que provoca el trabajo de una imaginación que no cesa de proyectar sus propias ficciones, memorias y fantasías en el claroscuro. La noche es el médium de la subjetividad que se vuelve sobre sí misma, y entonces el mundo de las cosas, en su cíclica profundidad, deviene una ocasión privilegiada para ensayar esa exploración. Porque si bien la noche es un momento natural en el ciclo de la rotación de la Tierra, lo cierto es que la subjetividad nunca se acostumbrará del todo a ese momento en que cae la oscuridad sobre su doméstico entorno.
La noche cae lentamente sobre la tierra, cierto, pero siempre es como “de pronto” que todo se transforma, y entonces lo mismo comparece ahora con un viso de alteridad… y es de pronto que se encienden las luces artificiales que auxilian la mirada. El silencio que en los parajes rurales parece afirmar su contraste con el bullicio de la noche urbana, no es simplemente “silencio”, pues un murmullo de sonidos advierte a la subjetividad que ha ingresado en otra dimensión de la percepción. Es precisamente en este mundo que la fotografía de Rodrigo Casanova se adentra, no con un citadino interés en capturar anécdotas hechas de madera y vegetación o probar in situ el sorprendente poder de registro de las nuevas máquinas, sino que reconocemos en su trabajo la reflexión visual de un caminante. El artista recorre los lugares, “dibujando” con luz, en donde esta opera como una huella destinada a intervenir la imagen misma antes que la tierra y la hierba sobre las que pisa el caminante. La mirada nocturna no es el medio sino la obra.
Las imágenes de “Mirada nocturna” no corresponden al convencional registro de paisajes “telúricos”, constituyen más bien el producto de una intervención lumínica de los parajes, incluso ahí en donde los efectos visuales han sido logrados por el lente dejado abierto y en exposición. Es decir, no es “la naturaleza” la que queda expuesta como pasivo objeto frente al poder de la cámara, como si esta fuese simplemente el instrumento de soberanía de un sujeto interesado en apropiarse, consumir y almacenar los vericuetos de un reino no humano ahí enfrente. Por el contrario, en “Mirada nocturna” es más bien el recurso tecnológico el que, con el movimiento de la tierra, queda expuesto, por ejemplo, al “desplazamiento” de las estrellas.
Casanova interviene esos paisajes, para entonces proceder a registrarlos. Algunas de estas imágenes fueron preparadas durante meses… primero imaginadas, luego programadas hasta llegar el momento de la intervención en el lugar y entonces proceder al registro. ¿Acaso significa esto una especie de “des-naturalización” de los parajes? Pero los dispositivos de la cámara son siempre –ya en su aparentemente neutro poder de registro- una intervención de lo dado. Aunque parezca paradójico, las escenas de naturaleza son inevitablemente producto de un imaginario de época, proyectando la subjetividad sus propias expectativas de “presencia”. Incluso el ojo humano habrá de operar como una alteración de su entorno, no sólo conforme a su fisiología, sino porque la mirada es siempre histórica. La poética fotográfica a la que asistimos en “Mirada nocturna” se desmarca tanto de la pretensión de capturar a la realidad “en sí misma” como de las ensoñaciones burguesas respecto a dar con una “naturaleza virgen”.
Técnicamente podría definirse la producción visual de Rodrigo Casanova como trabajos de “composición con luz”. Sin embargo, sus intervenciones lumínicas nunca dejan de ser un modo de interrogar al paisaje acerca de sus posibilidades. En una ocasión, por ejemplo, Casanova recorre la isla de Chiloé durante media hora en automóvil, para llegar al lugar desde donde hará el registro de una casa que se observa en la distancia bajo una vegetación arbórea impresionante. Y entonces aquella cabaña que durante el día ofrece el espectáculo de una propiedad que se levanta en medio de la naturaleza haciendo que esta se organice en torno a ella, en la noche comparece como un gesto, un dibujo trazado al interior de una inagotable profundidad que ahora emerge, fascinante e intimidante a la vez.
Los niños suelen desafiarse a abrir los ojos bajo el agua. El trabajo de Rodrigo Casanova es una invitación a abrir los ojos en la noche.
Sergio Rojas